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jueves, 24 de enero de 2013

El Espejo de Nuestra Historia. 1991



Diseño editorial: Paco Rallo. Vértigo Dediseño, 1991
Fotografías: Andrés Ferrer & Antonio Ceruelo, Estudio Galería


Esta magnifica exposición fue comisariada por Pablo Rico & Domingo Buesa, es una de las más importantes de mi carrera profesional como diseñador, donde tuve el honor de trabajar con la confianza y complicidad de los comisarios, también una de las más estresantes, se realizo en un breve e intenso tiempo, creo que esta muestra podría estar en el libro de los “Récord Guinness”, todo se preparo en dos meses y cuando digo todo es todo... desde la selección de obras, sus estudios y fichas catalográficas, restauración, transporte, fotografías, el diseño expositivo y editorial junto al montaje y adaptación de las obras a tres grandes espacios expositivos… trabajábamos un promedio de 15 a 18 horas diarias.

Paco Rallo




ESPEJO DE NUESTRA HISTORIA, Zaragoza, 1991

"El Espejo de Nuestra Historia". Curators: Domingo Buesa y Pablo J. Rico
523 obras (s. IV-s. XX): materiales arqueológicos, documentos históricos, platería y orfebrería, joyas bibliográficas, tapices, pinturas, esculturas... pertenecientes al Patrimonio de la Archidiócesis de Zaragoza.

Palacio de La Lonja, Palacio Arzobispal e Iglesia de San Juan de los Panetes, Zaragoza (España), octubre 1991 - enero 1992

Catálogo de la exposición "El Espejo de nuestra Historia. La Diócesis de Zaragoza a través de los siglos", 670 pp., más de 400 fotografías a color; un centenar de especialistas redactaron las distintas fichas técnicas de cada una de las obras en exposición. Edición: Zaragoza Cultural S.A., Zaragoza (España), 1991


“El Espejo de Nuestra Historia” es una de mis exposiciones más memorables, un empeño más allá de lo estrictamente profesional que compartí gozosamente con Domingo Buesa. Fueron muchos los objetivos que nos planteamos con aquella exposición, muchos de ellos logrados con el tiempo pese a la obstrucción de algunos políticos locales y demasiadas envidias a nuestro alrededor. Fue mi última exposición como Jefe de la Sección de Museos y Exposiciones del Ayuntamiento de Zaragoza y Coordinador General de Zaragoza Cultural. Luego vendría mi etapa como Director de la Fundación Miró de Mallorca, etc. “El Espejo de Nuestra Historia” fue mi última gran exposición como “historiador de arte” tras la exposición antológica de Goya en Venecia y el Settecento Veneciano, entre otras. A partir de entonces me he dedicado casi exclusivamente al arte contemporáneo, a mis proyectos personales con artistas actuales, al arte “vivo y coleando”… No obstante, sigo considerándome un historiador del arte, sobre todo, además de museólogo y curator, más creativo que académico. Aquella exposición ––más que una exposición–– fue una tarea gigantesca que sólo pudimos llevar adelante con nuestro inmenso entusiasmo y el de quienes nos acompañaron en el proyecto: más de 100 especialistas (los mejores) en los más diversos temas que tratamos, nuestro equipo de colaboradores técnicos (en la secretaría, en la arquitectura y museografía, en la restauración de piezas, en la fotografía, trasporte, etc.), en la edición del catálogo (sobre todo a Paco Rallo)… y a nuestros “cómplices”, especialmente a Monseñor Elías Yanes, arzobispo entonces de la Sede de Zaragoza…

En el texto inicial del catálogo, Domingo y yo afirmábamos que “El Espejo de Nuestra Historia” tenía un hilo conductor “que nace inequívocamente de una narración histórica: la propia historia de la diócesis, pero que amplía sus objetivos más generales en el sentido de aproximarnos al conocimiento y comprensión de una identidad cultural ––Aragón a través de los siglos–– y de las especiales circunstancias y realidades que configuran a Zaragoza como centro y escenario principal de la referencia en la definición e irradiación de esta identidad”… es decir, una narración histórica de la diócesis, que es casi decir de Zaragoza y Aragón y buena parte de su historia, y una aproximación a nuestra identidad cultural por medio de una selección de obras singulares, imágenes y contenidos, que la significan, representan y explican… La edición de su catálogo, sin duda uno de los mayores empeños y logros editoriales en Aragón, hizo memorable aquel acontecimiento artístico-cultural más allá de nuestros respectivos recuerdos personales…

Hicimos entonces lo que teníamos que hacer… Estoy orgulloso, más que eso, de la tarea cumplida. Cuántas tareas cumplidas con satisfacción, memorables. A mi país le di todo lo que pude y supe hacer. Desde “mi exilio” deseado, me conmuevo con los recuerdos… Punto.

Pablo J. Rico

miércoles, 2 de enero de 2013

Al profesor Ángel Azpeitia



Paco Rallo. Collage para Azpeitia, 2012. Papel impreso/papel, 29 x 21 cm






Al profesor Ángel Azpeitia, que me trasmitió sus conocimientos 
y profunda pasión por el arte.

Sin arte la vida sería un error.
Friedrich Nietzsche

Paco Rallo

Artista Visual & Diseñador Grafico
Zaragoza, 9 de abril de 2012


En la década de los 70, coincidí en la Escuela de Arte de Zaragoza con algunos pintores que habrían de ser compañeros de viaje en el grupo Forma: Fernando Cortés, Manuel Marteles y Paco Simón. También con artistas que fuerón cómplices de nuestras acciones, manifiestos, happenings, y propuestas plásticas… me refiero al al pintor y escritor José María Blasco Valtueña y al escultor vasco Iñaki Moreno Ruiz de Eguino. Esta escuela contaba entonces con un profesorado anclado en un sistema de enseñanza absolutamente decimonónico, con posiciones muy próximas a Falange, Sección Femenina y Acción Católica; alguno de estos docentes los de mayor rango solían ser los más vagos se dedicaban a deambular por las clases, baboseando con las alumnas y dejando la responsabilidad de la formación a unos cuantos jóvenes «penenes» que buscaban desesperadamente conseguir un puesto de trabajo fijo; éstos demostraban una mayor dedicación a la hora de impartir las clases, pero aplicaban sin piedad la doctrina impuesta por el corrupto sistema ¡Cuánta hipocresía! En clase, mano dura; en la calle, colegas exponiendo juntos… No les guardo rencor.

Asimismo, había un pequeño grupo de profesores con verdaderas ganas de trasmitir sus conocimientos. Entre estos profesores genuinos, el alumnado sentía un respeto personal por el entonces joven Ángel Azpeitia Burgos que, por su aspecto e indumentaria, siempre me recordaba a un miembro de La familia Adams; buceando en mi memoria al escribir este texto, evocó la rara cualidad que tenía Azpeitia de encuadrar cada uno de los períodos que estudiábamos en su particular contexto político, económico, social y cultural, y la habilidad que demostraba para sumergirnos en la vida cotidiana y en definitiva para atraparnos con su discurso. Estas magnificas clases, a las que asistí durante cuatro años con asiduidad, se complementaban con la proyección de diapositivas en blanco y negro. Al hilo de esto, escribí, en el 2006, un pequeño texto en el libro Fundiendo los plomos. Homenaje al tipógrafo aragonés Joaquín Ibarra y Marín, que ilustra muy bien lo que deseo trasmitir: 

«En la ciudad renacentista de Florencia, a finales de agosto de 1973, fue donde perdí mi virginidad, la que poseía en la mirada; sucedió en la Academia de los Uffizi, y en el Museo Nacional Bargello. Ocurrió en vivo y en directo, cuando delante de mí, sin previo aviso, estaban los grandes maestros que había estudiado en los libros de Historia del Arte de Diego Angulo y en las sabias clases que mis profesores Federico Torralba y Ángel Azpeitia me habían impartido; conocía muchas de las obras por reproducciones y diapositivas; eso sí, las conocía en blanco y negro. El impacto de tanta belleza fue de tal magnitud al descubrir el color y sus perfectas proporciones, que me lloraron los ojos ante tanta emoción y sutileza. En ese instante decidí consagrarme, de un modo iniciático, a amar la belleza y dedicarme al Arte»

Recuerdo a Ángel Azpeitia impartiendo sus clases de arte en una bella aula semicircular con pupitres de madera continuos; hace años que soy consciente de hasta qué punto aquellas lecciones me marcaron para siempre, haciéndome sentir cómodo cuando visito nuevos países y ciudades, sus museos y monumentos, o también cuando ejerzo de anfitrión intentando trasmitir esos conocimientos que desde entonces he ido ampliando por mi propia actitud vital como artista. Esta sólida base se debe, en gran parte, a la influencia del doctor Ángel Azpeitia, al que le estoy tremendamente agradecido.

Simultáneamente a su labor docente ejercía la de crítico de arte en las páginas de Heraldo de Aragón, donde recogía el acontecer de las periódicas exposiciones de la ciudad. Una doble paradoja —la de profesor y crítico— se nos antojaba a esos jóvenes artistas —los Forma— que empezábamos a caminar por el mundo de la creación. Ángel supo diferenciar invariablemente entre la relación exigente con sus alumnos y el ejercicio de la crítica. Él siempre estuvo atento a las propuestas más atrevidas del momento que le proponíamos con nuestras exposiciones, happening o acciones. Con motivo de la exposición retrospectiva, de 2002, Grupo Forma. Actitudes e Ideas, ideas y actitudes. 1972–1976, Palacio de Sástago, Zaragoza, Ángel Azpeitia nos escribió un texto que comienza como sigue:

«Quizás ningún otro colectivo ocupe tanto sitio en el corazón de mi corazón, en mi recuerdo y en el de días muy satisfactorios dentro de mi ejercicio profesional. Por entonces, cuando aparece el Forma, sus miembros estaban ligados, como quien escribe —aunque en funciones distintas del menester—, a la Escuela de Artes de Zaragoza. Y sabido es que ese centro fue mi primer amor, el que nunca se olvida. Pero, memorias personales aparte —que no son superfluas aquí, a la hora de ofrecer un testimonio de mis contactos con el grupo y opiniones en aquella etapa—, debo insistir en la idea de que los setenta suponen la culminación de la vanguardia entre nosotros, digan lo que digan quienes falsean la historia a posteriori o los que quieren trasladar a nuestro ámbito la cronología de distintos lugares. Dentro de dicha década el Forma, con prioridad de tiempo sobre el Azuda–40, aunque éste arrancase del anterior Intento, representa al límite y por encima de cualquier otra iniciativa los supuestos modernos, especialmente desde un punto de vista conceptual».

A lo largo de estas cuatro últimas décadas he coincidido con Ángel Azpeitia en multitud de exposiciones, donde con frecuencia hemos tenido ocasión de intercambiar nuestras impresiones sobre la obra expuesta y las nuevas tendencias que iban surgiendo. También, en diversos jurados y eventos de responsabilidad, manteniendo largas y gratas conversaciones con amigos comunes. Estamos ante un buen conocedor de la vida y de sus placeres, que sabe disfrutar de ellos y haciendo partícipes a los demás, como norma departiendo su agradable conversación, con temas muy diversos deslizados con su gracejo especial y sabiduría. En mi vida profesional tengo multitud de entradas bibliográficas de Ángel Azpeitia desde hace cuarenta años, tanto en mis exposiciones individuales como en las numerosas colectivas en que he participado, algunas comisariadas por él. También me prologó el catálogo de mi exposición individual en el Museo de Teruel, año 1988, del que extraigo este precioso fragmento con el que, después de veinticuatro años, todavía me siento identificado: 

«Seguramente Rallo, si se piensa en el resto del Forma, da un registro más frío, más mental. Es inteligente y le agradan las estructuras. Esto parece lógico, desde luego, en quien practica como escultor, además de como pintor. Al profundizar en su trayectoria se encuentran arraigadas admiraciones por los neoplásticos y suprematistas. Es una constante que fluye paralela a otra de corte metafísico. Porque a Rallo le tienta el misterio. Y nada impedirá que el arcano se manifieste por el número, como apunta la cábala, o se adentre en el espacio».

Desde que le conocí, como profesor y crítico, siempre le he respetado y admirado. En la actualidad, me alegra captar su entusiasmo vital junto con María Luisa, su compañera de vida, disfrutando de sus hijos y nietos. Después de un período complicado de salud, ya superado, ha vuelto a ejercer la crítica de arte como lo ha hecho durante décadas, siempre fielmente. Ahora, después de tantos años, cuando me encuentro con ellos, mi interior los siente, cual si fueran miembros de mi familia más íntima, la que uno elige a lo largo de la vida. 






Rallo, Paco: «Al profesor Ángel Azpeitia, que me trasmitió sus conocimientos y profunda pasión por el arte», 
en el libro Ángel Azpeitia: Historiador y Crítico de Arte. Intensidad radial: 1933-2012, Aladrada ediciones, 2012, pp. 162-165.












Libro Ángel Azpeitia



Diseño gráfico. Paco Rallo, 2012
Fotografía: Columna Villarroya


Pérez-Lizano, Manuel: «Ángel Azpeitia: Historiador y Crítico de Arte. Intensidad radial: 1933-2012»,
Aladrada ediciones, Zaragoza, 2012, pp. 232.